Ayer me di cuenta de que no escribía en este blog desde el 4 de diciembre, o sea, el año pasado. Quería escribir sobre lo que fuera, pero debía ser algo más o menos animado, porque mis últimas entradas eran algo deprimentes, la verdad. El problema es que uno nunca sabe lo que le va a deparar el futuro, ni siquiera el más inmediato, y ahora no tengo ni la más mínima gana de escribir sobre cosas divertidas.
Hay veces que todo te va más o menos bien. Crees que ese sentimiento va a durar al menos el próximo mes, y cuando llega ese día crees que también el siguiente, y el siguiente, etc. etc. Peeeero, como pasa con todo en la vida, llega el día en que te equivocas y te das un morrazo de mil pares. Ese día te cagas en todo y sólo quieres que la tierra te trague, o en su defecto, que trague al que ha cambiado la idea tan idealista que tenías de la vida. Pero da igual, eres una persona optimista, y eso de la inteligencia emocional parece tener sentido, así que coges y piensas que puedes aprender de lo que te ha pasado y en el futuro no tropezar con la misma piedra. Bueno, podría pasar si fuera la primera vez que te joden el plan, pero pongamos que es la tercera. En ese caso no es tan divertido ser optimista, porque la línea entre el optimismo y la tontería es mucho más fina de lo que yo personalmente me imaginaba. Así que llegas a la conclusión de que eres infinitamente tonta, pero qué le vamos a hacer, eres así y das otra oportunidad a la vida, al futuro, al destino o como cojones lo queráis llamar.
Por eso mismo me tenéis aquí, escribiendo tan generalmente que no sabéis de lo que hablo, pero la verdad es que para los dos lectores y medio que tengo, qué queréis que os diga, no se me ocurría nada mejor.
PD: No es mi estilo soltar 6 palabrotas en un post, pero el café que me he hecho estaba muy cargado.
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